Ferias de Arte. La Transescena del Arte
Introducción
La Feria de Arte se consolida como el escenario sintético del Arte en que confluyen arte y mercado, en que es imposible deslindar lo específico del arte, en que el observador se acerca al coleccionismo y el artista abandona definitivamente su ingenuidad. Se opera la mutación del espacio y del tiempo en esa transescena que cobra su propio significado como tiempo espacio divergente del tiempo y el espacio ordinario. Así transpuestos, el tiempo y el lugar originan esta nueva situación en que la mixtura hace realidad tal intercorporeidad. Así coexisten Arte y Mercado, público y coleccionismo, curador y art-dealer. Arte y espectáculo. El arte es entonces una política de su propio acontecer y tiene lugar como el estatuto de nuestra contemporaneidad.
La Feria de Arte se consolida como el escenario sintético del Arte en que confluyen arte y mercado, en que es imposible deslindar lo específico del arte, en que el observador se acerca al coleccionismo y el artista abandona definitivamente su ingenuidad. Se opera la mutación del espacio y del tiempo en esa transescena que cobra su propio significado como tiempo espacio divergente del tiempo y el espacio ordinario. Así transpuestos, el tiempo y el lugar originan esta nueva situación en que la mixtura hace realidad tal intercorporeidad. Así coexisten Arte y Mercado, público y coleccionismo, curador y art-dealer. Arte y espectáculo. El arte es entonces una política de su propio acontecer y tiene lugar como el estatuto de nuestra contemporaneidad.
Día 1. ArtBo
Estoy sentada en el café Illy. Un hombre mayor acompañado por un joven pide poder compartir la mesa conmigo. Lo reconozco. Para él en cambio yo soy una extraña. Y empiezan su conversación. En realidad se trata de una primera aproximación informal. El hombre mayor escribe en unos papelitos amarillentos. Son pequeños y en cada uno caben apenas unas notas. Escribe con meticulosidad mientras va dibujando cada letra. Repite para si la nota que escribe. El joven parece dictarle. Reconozco al hombre mayor. Es un crítico de vieja data. Interroga al joven minuciosamente. El joven es un artista. Cabello rubio ensortijado, ojos azules. El joven va equipado para la ocasión. Saca un catálogo y va describiendo al crítico cada una de sus obras. Presumo que son obras de ingenio por los comentarios del crítico. Como estoy a corta distancia puedo observar cada uno de sus gestos y puedo apreciar la aproximación. Cada tanto, el crítico le dice al joven que es muy inteligente. El joven impávido prosigue con la exhibición de su talento. Puedo suponer que sus obras son una especie de gadgets, de objetos de ingenio. Parece que la entrevista está motivada por una exhibición a futuro en una galería por montar. El crítico ha sido encargado para aproximarse a los artistas que conformarán la primera muestra. Y esta parece ser una primera aproximación para un texto futuro que el crítico está por escribir. El crítico dibuja meticulosamente las apreciaciones que el artista va haciendo de su obra. En determinado momento comienza el dictado de lo que el joven artista llama sus “categorías”: “objetos intervenidos”, “ensamblajes”…Me sorprendo con la decidida aplicación del crítico, con su postrarse ante el artista. Llevo una hora escuchando esta conversación. El joven sigue imperturbable ante la adulación desmedida. De tanto en tanto el crítico pregunta por los precios. Las tarjeticas de papel periódico que lleva escritas se van acumulando. -“Eres muy inteligente”, “Te felicito”- Es tal vez la cuarta vez que escucho esta frase. Los dejo a solas en la mesa y me levanto. Así es como se escribe la crítica. No acierto a dar con el nombre del artista. No importa. Es uno más de los cientos de artistas que replican el modelo. ¿Y el crítico? Es un pez mayor. Sobreviviente a los viejos y a los nuevos tiempos. Un verdadero mutante.
Día 1. Artbo
En las fotografías de prensa ella aparece como una mujer altísima. Más femenina y joven, más glamorosa.
Estoy sentada en el café Illy. Un hombre mayor acompañado por un joven pide poder compartir la mesa conmigo. Lo reconozco. Para él en cambio yo soy una extraña. Y empiezan su conversación. En realidad se trata de una primera aproximación informal. El hombre mayor escribe en unos papelitos amarillentos. Son pequeños y en cada uno caben apenas unas notas. Escribe con meticulosidad mientras va dibujando cada letra. Repite para si la nota que escribe. El joven parece dictarle. Reconozco al hombre mayor. Es un crítico de vieja data. Interroga al joven minuciosamente. El joven es un artista. Cabello rubio ensortijado, ojos azules. El joven va equipado para la ocasión. Saca un catálogo y va describiendo al crítico cada una de sus obras. Presumo que son obras de ingenio por los comentarios del crítico. Como estoy a corta distancia puedo observar cada uno de sus gestos y puedo apreciar la aproximación. Cada tanto, el crítico le dice al joven que es muy inteligente. El joven impávido prosigue con la exhibición de su talento. Puedo suponer que sus obras son una especie de gadgets, de objetos de ingenio. Parece que la entrevista está motivada por una exhibición a futuro en una galería por montar. El crítico ha sido encargado para aproximarse a los artistas que conformarán la primera muestra. Y esta parece ser una primera aproximación para un texto futuro que el crítico está por escribir. El crítico dibuja meticulosamente las apreciaciones que el artista va haciendo de su obra. En determinado momento comienza el dictado de lo que el joven artista llama sus “categorías”: “objetos intervenidos”, “ensamblajes”…Me sorprendo con la decidida aplicación del crítico, con su postrarse ante el artista. Llevo una hora escuchando esta conversación. El joven sigue imperturbable ante la adulación desmedida. De tanto en tanto el crítico pregunta por los precios. Las tarjeticas de papel periódico que lleva escritas se van acumulando. -“Eres muy inteligente”, “Te felicito”- Es tal vez la cuarta vez que escucho esta frase. Los dejo a solas en la mesa y me levanto. Así es como se escribe la crítica. No acierto a dar con el nombre del artista. No importa. Es uno más de los cientos de artistas que replican el modelo. ¿Y el crítico? Es un pez mayor. Sobreviviente a los viejos y a los nuevos tiempos. Un verdadero mutante.
Día 1. Artbo
En las fotografías de prensa ella aparece como una mujer altísima. Más femenina y joven, más glamorosa.
Día 3. Sincronía
Las Carpas. La escala del edificio de feria ha sido notablemente reducida de suerte que el observador visitante carece de toda perspectiva y la relación con las obras se hace promiscua. Ninguna notoriedad, ningún efecto estético.
La obra escueta y mísera está en la cercanía de una presencia que la incorpora sin ningún obstáculo. Mirar se transforma en deglutir literalmente la obra. El suceso estético se ha hecho mísero. Pornomiseria. La art-dealer ha envejecido notablemente. Los nóveles artistas de ayer arrastran ahora el peso del tiempo. La caducidad. La decrepitud. Los visitantes aprovechan la entrada gratuita de esta tercera feria. En su mayoría son mujeres mayores, quizá pensionadas, habitués de este tipo de espectáculos pseudoculturales. En el centro de la escena El Director. El crítico de toda esta farsa. Hay un estand donde se muestra él mismo como objeto de exhibición. (Es el hombre mayor del otro día, el que entrevistaba al joven artista en el café ILly, el viernes en Artbo) Detrás suyo una cita de Andy Warhol que intentaría darle notoriedad a todo esto. En una pequeña vitrina sobre un pedestal un muñequito a escala que lo representa. A pocos pasos de allí, de este centro, el estand del Arte Político. Y un nombre, el del artista en cuestión. Solíamos vernos para conversar sobre estos problemas antes de su más reciente mutación. El dolor humano es ahora un motivo más para el arte. La crítica ha mutado hasta transformarse en objeto. Y las víctimas son sólo personajes de esta maqueta artística. Un nombre. ¿Un collage? Una silla. Un computador. Una joven asistente. Un crítico detrás de sus lentes y su aire de notoriedad. Una mutación imposible. También la crítica se oferta en la feria.
Las Carpas. La escala del edificio de feria ha sido notablemente reducida de suerte que el observador visitante carece de toda perspectiva y la relación con las obras se hace promiscua. Ninguna notoriedad, ningún efecto estético.
La obra escueta y mísera está en la cercanía de una presencia que la incorpora sin ningún obstáculo. Mirar se transforma en deglutir literalmente la obra. El suceso estético se ha hecho mísero. Pornomiseria. La art-dealer ha envejecido notablemente. Los nóveles artistas de ayer arrastran ahora el peso del tiempo. La caducidad. La decrepitud. Los visitantes aprovechan la entrada gratuita de esta tercera feria. En su mayoría son mujeres mayores, quizá pensionadas, habitués de este tipo de espectáculos pseudoculturales. En el centro de la escena El Director. El crítico de toda esta farsa. Hay un estand donde se muestra él mismo como objeto de exhibición. (Es el hombre mayor del otro día, el que entrevistaba al joven artista en el café ILly, el viernes en Artbo) Detrás suyo una cita de Andy Warhol que intentaría darle notoriedad a todo esto. En una pequeña vitrina sobre un pedestal un muñequito a escala que lo representa. A pocos pasos de allí, de este centro, el estand del Arte Político. Y un nombre, el del artista en cuestión. Solíamos vernos para conversar sobre estos problemas antes de su más reciente mutación. El dolor humano es ahora un motivo más para el arte. La crítica ha mutado hasta transformarse en objeto. Y las víctimas son sólo personajes de esta maqueta artística. Un nombre. ¿Un collage? Una silla. Un computador. Una joven asistente. Un crítico detrás de sus lentes y su aire de notoriedad. Una mutación imposible. También la crítica se oferta en la feria.
Una metamorfosis. La crítica deviene arte. El arte deviene crítica. La causa es pura anarquía. Un juego. La gravedad de las consecuencias ha cedido hasta transformarse en un estand de feria. Nombres de artistas. Nombres de galerías. Me pregunto si Arte Político- G. V. es un nombre más. Un lugar más para el arte. Entonces el grupo de curiosos de domingo se detiene y el crítico artista exhibe sus artilugios.
En el pasado existió un poeta que habló del crítico artista. Luego fue acorralado en una cárcel por ser homosexual. Alguna vez presintió esta decadencia en sus notas sobre América.
Evito mirarlo. Evito entrar en contacto físico con este espacio. Entonces elijo un ángulo en el stand vecino, un lugar para testificar todo esto. Y oigo su voz: -“Las víctimas del asbesto”- .
Pasos atrás el crítico curador, el del viernes en Artbo, un semidios de la escena del arte en Colombia. (Recuerdo el Fausto, al hombrecito vestido siniestramente de rojo). Sonríe maliciosamente. Quizás los nombres en estas carpas crean haber podido optar por una condición diferente a la de ser artistas contemporáneos. Así lo manifiestan algunos. El viejo Mefisto lo ha prometido y ha sucedido la transacción. El dinero les hace pensar en una supuesta consistencia. En realidad se desintegran y su escala se ve reducida a esta desproporción de la escena del Arte. El corredor en Sincronía difícilmente permite deambular.
¿Lo saben? Aquí todo parece querer cobijarse con la indiferencia, con la ignorancia. Los artistas se ofertan directamente. El glamour del juego sucio desaparece. La transacción es directa. Literal. Un objeto de ferias.
Los compradores glamorosos evitan este lugar. Hacen una omisión expresa. Es el tercero, sin existencia real.
Por momentos recuerdo la vieja carpa remendada de un circo. Los payasos obsoletos. El león enfermo. Y un director gordo y pintarrajeado que intenta persuadirnos de reír. Y reímos, es lo menos que podemos hacer.
En el pasado existió un poeta que habló del crítico artista. Luego fue acorralado en una cárcel por ser homosexual. Alguna vez presintió esta decadencia en sus notas sobre América.
Evito mirarlo. Evito entrar en contacto físico con este espacio. Entonces elijo un ángulo en el stand vecino, un lugar para testificar todo esto. Y oigo su voz: -“Las víctimas del asbesto”- .
Pasos atrás el crítico curador, el del viernes en Artbo, un semidios de la escena del arte en Colombia. (Recuerdo el Fausto, al hombrecito vestido siniestramente de rojo). Sonríe maliciosamente. Quizás los nombres en estas carpas crean haber podido optar por una condición diferente a la de ser artistas contemporáneos. Así lo manifiestan algunos. El viejo Mefisto lo ha prometido y ha sucedido la transacción. El dinero les hace pensar en una supuesta consistencia. En realidad se desintegran y su escala se ve reducida a esta desproporción de la escena del Arte. El corredor en Sincronía difícilmente permite deambular.
¿Lo saben? Aquí todo parece querer cobijarse con la indiferencia, con la ignorancia. Los artistas se ofertan directamente. El glamour del juego sucio desaparece. La transacción es directa. Literal. Un objeto de ferias.
Los compradores glamorosos evitan este lugar. Hacen una omisión expresa. Es el tercero, sin existencia real.
Por momentos recuerdo la vieja carpa remendada de un circo. Los payasos obsoletos. El león enfermo. Y un director gordo y pintarrajeado que intenta persuadirnos de reír. Y reímos, es lo menos que podemos hacer.
Día 1. Artbo
Glamour. Una mujer delgadísima habla a las cámaras. Un vestido con volantes. Maquillaje excesivo. Y ocurrencias. Ninguna tesis fundamental. Al entrar, un locutor intentaba disertar frente a una obra. Nuestros ojos se encontraron. Un nuevo intento. Inicio del ejercicio de la persuasión crítica.
Llegada al pabellón central. El lugar del concurso. Una semipenumbra. Un grupo de curiosos sigue al guía.-“ La obra de hoy prescinde del aparato crítico”, un curioso asiente-“sí, podemos decir lo que se nos ocurra”. Ninguna certeza. Cualquier discurso se sostendría. Cualquier ocurrencia. Final del juego, final de la interpretación. La obra carece de sentido. El guía exhibe una escarapela que cuelga de su cuello. Una suerte de distintivo que pese a todo su discurso sobre la insuficiencia crítica, lo diferencia de su público. Entonces recuerdo la casa de reposo donde los visitantes llevan zapatos y estos los diferencian de los enfermos que arrastran sus chanclas.
Sigo al grupo fundiéndome en esa multitud ávida. Entonces los veo venir. A los tres.
Caminan con determinación y por momentos dirimen un veredicto. Son casi reconocibles para esta masa anónima de curiosos. Se los ve a otra escala de la escala humana con que se los suele representar en los medios. Aquí el glamour cobra su justa proporción. Son más bajitos, más gordos, más insípidos, más reales.
Por momentos se encuentran en un acercamiento irreal en que el encuadre de observación es casi imposible. Respiran a mi lado. Y presiento su olor, la escala humana. Las arrugas de un traje vencido por el desgaste del día.
Día 1. Artbo
Granizo. A pocas cuadras de la entrada de Artbo hay un paradero de buses. Estoy subida en la silla de espera de este lugar provisional. Todavía no alcanzo la entrada de la feria. A mi lado dos o tres estudiantes que también se han resguardado de la tempestad. Con nuestros paraguas abiertos protegemos nuestros cuerpos. Los carros pasan velozmente. El peatón nada significa. Quizá ni existe. Se promedia al lado del mobiliario urbano. En el baño, me seco el pantalón bajo el chorro de aire caliente a presión. Otra pareja de visitantes hace lo mismo en el baño contiguo. Los vi caminar bajo la lluvia en medio de la tempestad. Ella pelo rosado, el sombrero. Vestidos negros, casi grises. Vestidos los dos como una unidad indiferenciada. Reconozco ese estado, esa indiferencia en que creemos estar en una performancia continua. Pero pereceremos. Somos espectadores y nada más.
Caminan con determinación y por momentos dirimen un veredicto. Son casi reconocibles para esta masa anónima de curiosos. Se los ve a otra escala de la escala humana con que se los suele representar en los medios. Aquí el glamour cobra su justa proporción. Son más bajitos, más gordos, más insípidos, más reales.
Por momentos se encuentran en un acercamiento irreal en que el encuadre de observación es casi imposible. Respiran a mi lado. Y presiento su olor, la escala humana. Las arrugas de un traje vencido por el desgaste del día.
Día 1. Artbo
Granizo. A pocas cuadras de la entrada de Artbo hay un paradero de buses. Estoy subida en la silla de espera de este lugar provisional. Todavía no alcanzo la entrada de la feria. A mi lado dos o tres estudiantes que también se han resguardado de la tempestad. Con nuestros paraguas abiertos protegemos nuestros cuerpos. Los carros pasan velozmente. El peatón nada significa. Quizá ni existe. Se promedia al lado del mobiliario urbano. En el baño, me seco el pantalón bajo el chorro de aire caliente a presión. Otra pareja de visitantes hace lo mismo en el baño contiguo. Los vi caminar bajo la lluvia en medio de la tempestad. Ella pelo rosado, el sombrero. Vestidos negros, casi grises. Vestidos los dos como una unidad indiferenciada. Reconozco ese estado, esa indiferencia en que creemos estar en una performancia continua. Pero pereceremos. Somos espectadores y nada más.
Día 1. Artbo
Intento situarme en el espacio para establecer un recorrido. Pero es difícil intentar establecer un método de visita. Rápidamente mi deambular se hace irregular. Como si un capricho extemporáneo lo alejara del recorrido. Encuentro que los otros visitantes también intentan ordenar sus recorridos. Gastamos tiempo infructuosamente para lograrlo. Entonces desistimos y nos entregamos a un simple deambular. Pero rápidamente llega la saturación. Un cansancio producido por esta sobreimposición de nombres, de luces, de títulos, de ruido. Alguien a mi oído:- “El arte cansa”-.
En realidad esta visita se parece a un trabajo al que no sabemos cómo responder. Hay dificultad en la adecuación. En el intentar acomodarse.
En sus mesitas, vendedores glamorosos me sonríen. Ninguno parece local. Rememoro el intento de asepsia con que se inició todo esto. La nueva época. El blanco y el negro. La impecabilidad. El cuerpo sin apenas rastros de precariedad. El orden. La sensación de objeto recién adquirido. Por momentos camino flotando por esta pasarela. En la Berma, los cientos de obras abriéndose un lugar.
Intento situarme en el espacio para establecer un recorrido. Pero es difícil intentar establecer un método de visita. Rápidamente mi deambular se hace irregular. Como si un capricho extemporáneo lo alejara del recorrido. Encuentro que los otros visitantes también intentan ordenar sus recorridos. Gastamos tiempo infructuosamente para lograrlo. Entonces desistimos y nos entregamos a un simple deambular. Pero rápidamente llega la saturación. Un cansancio producido por esta sobreimposición de nombres, de luces, de títulos, de ruido. Alguien a mi oído:- “El arte cansa”-.
En realidad esta visita se parece a un trabajo al que no sabemos cómo responder. Hay dificultad en la adecuación. En el intentar acomodarse.
En sus mesitas, vendedores glamorosos me sonríen. Ninguno parece local. Rememoro el intento de asepsia con que se inició todo esto. La nueva época. El blanco y el negro. La impecabilidad. El cuerpo sin apenas rastros de precariedad. El orden. La sensación de objeto recién adquirido. Por momentos camino flotando por esta pasarela. En la Berma, los cientos de obras abriéndose un lugar.
Día 2. Odeón
Recuerdo las proyecciones de cine a medianoche, aquí en el antiguo TPB. Después salir y caminar bajo las estrellas hasta La Nueva Santa Fe. Ahora es un edificio abandonado. Una ruina cultural. El fruto de la desidia de las varias generaciones de funcionarios que han sucedido desde entonces.
Día 2. Odeón
Idéntico glamour al del día primero en Artbo. Por alguna razón nuestra precaria ciudad se resiste a caer en el olvido. Atrás fue cuna de los poetas, ahora de artistasy galeristas, de exposiciones, de ferias, de curadores. De compradores abriéndose camino en el viejo edificio abandonado.
Día 2. Odeón
Un patio, columnas desnudas. Restos de baldosín blanco. La humedad se reviste con el dorado con el que algún instalador intervino estas ruinas. Euforia. Un joven artista celebra una venta. Abrazos, risas. Camino sin detenerme en la escena anterior hasta la entrada donde compro el catálogo. Me interesa hacerme a los catálogos. Uno amarillo, otro neón, otro carmelita. ¿Contarán los colores, la diagramación? Cuenta el lugar. Cuentan los espacios. La organización. Cuenta la escala.
Con los catálogos podré establecer una zona de abstracción donde pueda captar los entreactos.
Día 1. ArtBo
Mesas de editoriales. Libros, revistas. Camisetas. Ojeo un pequeño librito, son cartas entre un padre artista y su hija. Algo en esa escritura me detiene. Un tono que creo reconocer. Entonces los nombres. Hernán y Tamara. Algo del pasado regresa. Su llegada a Bogotá desde Buenos Aires. El pequeño apartamento de la 22 con tercera. Una cita pospuesta. Desencuentros. Reuniones. Comidas, encuentros. Literatura, después la distancia. El silencio. Compro el librito. La hija del artista me habla de un proyecto. Creí reconocerla mientras anotaba en su Moleskine. El tiempo ha pasado. La vi alguna vez cuando era una niña y estábamos de visita en su casa. Se abrió una puerta y vimos una niña jugando con cientos de muñecas. Para mí fue una sorpresa ver las barbies en la casa de mi profesora de filosofía. Las paredes eran negras, los techos de vidrio, como ventanas abiertas al cielo. También los vestidos eran negros. En una mesa de trabajo adosada a un costado del salón, recortes sobre Leonardo da Vinci. Me asalta el recuerdo. El diminuto apartamento de la Nueva Santa Fe a donde llegaron. Buscaban algo singular, el grupo entero de artistas entró en la casa, venían tras algo para ilustrar el más reciente significado de la posmodernidad. En principio parecían interesados por algunos objetos nuestros, el pulpito con las teteras amarillas. Se hacían señas, miraban, luego se fueron. Y la época siguió sus rutas. Sus desarrollos y evoluciones. Nacía algo que prometía renovación.
La joven sigue hablando de su proyecto, en otra mesa reconozco a su padre. Este es su estand. Lo rodea un estaff completo de colaboradores. Faltan ellos, habrán de llegar. Hernán y Tamara. Guardo el librito de cartas junto a los catálogos y la revista Matera para ojearlos en la noche.
Día 3. Sincronía
Domingo. Reúno fuerzas para esta tercera salida. Algo me impide llegar con entusiasmo. Quizá la certeza de un espectáculo que deseo evitar. Hace frío. Algo del desencanto dominical me permea, pero es necesario esto tercero. Esta perspectiva.
No me cobran al entrar. Hay poca gente, todavía es temprano. Los curiosos no tardarán en llegar.
Reconozco a algunos artistas. Generaciones entradas en relevo a pesar de la resistencia. En el centro un hombre sentado sonríe. Es el hombre del café, el que entrevistaba al joven artista en el día primero.
Me habría gustado no venir.
No hay un Museo para esta falta de lugar. Un lugar que dé cuenta de lo que simplemente caduca y se pierde en la transescena.
Notas de Feria tomadas en una libreta
-La crítica se ha hecho inconsistente, apenas un tambalearse sobre y de la palabra sobre sí. Lo demás es la pura ficción de la crítica, su novela. Pero el ser ya no es un accidente (Beuys) sino una sucesión de patrones anticipados. Toda supuesta espontaneidad ha sido suplantada por lo superfluo. La cinta sin fin de unos estados en red en que se nos cuenta quiénes somos llamados a ser. (En Artbo)
-¿Por qué este maremágnum de escrituras? Esta ansia de pictografías ¿ De dónde la necesidad? ¿O es una moda? (Luego de la tercera visita)
-Novela en tres actos. Tres días. Escritura en tres espacios. (El domingo en la tarde)
-lo banal que no tiene significado se presta a querer ser interpretado. Lo que queda es el espacio. La feria. Este deambular incesante frente al “arte”. La sala del museo también contiene adosada a ella una mesita donde cómodamente se ha instalado el vendedor quien hace las veces de crítico o de curador. De impulsador de la obra. Entonces el visitante no está solo. Pero puede exhibir su capacidad y transformarse súbitamente en comprador. En coleccionista. Así la feria propicia la fantasía del observador amateur al ofrecerle la posibilidad de investirse por un instante de coleccionismo y cumplir esa fantasía. (Viernes, en Artbo)
-Novela del arte. Nada para decir, nada para entender salvo la necesidad del intercambio. Del valor. De la transacción. De la necesidad de entrar en la colección. (Sábado, en Odeón)
-Puede prescindir de una interpretación porque su afán es no decir nada. Pretende sólo circular. Hacerse evidente en el mercado. Existir. Y sólo puede existir en ese intercambio. Ese intersticio de la transacción monetaria. La obra no es mercancía en espera sino precisamente cuando la expectativa de la espera se ve satisfecha plenamente con el valor. (En Artbo)
-No posmodernidad sino submodernidad, dice Heriberto Boeder, su pensar anárquico. El de la submodernidad. Todo en esa submodernidad se desprende del representar. También el observador. El supuesto observador. Sólo hay ocurrencias, por ejemplo, en la mesa del crítico. Nada puede representar. Siguiendo a M. Ponty Boeder afirma, Intercorporeidad. Es eso, la feria es eso. (Sábado de madrugada, preparándome para salir de Feria)
– El comprador de obra, el futuro coleccionista parece ser el único que logra configurarse, que logra consubstanciarse. El público en general se desfigura. Por eso juega a ser también coleccionista. No basta con mirar. (Sábado, en Odeón)
-Supuesta emancipación social mediante la crítica política. El crítico jugaría con esa promesa, con esa expectativa. Allí radica su valor. También el del Arte Político. Arte y Crítica Política suspenden la fe. Crean la promesa. Despliegan un tiempo suficiente que daría consistencia a su ser relativo. El necesario para suspender el juicio y disuadir momentáneamente a su público. (Sábado antes de la segunda salida)
-En la época del deshacimiento del juicio estético, de su imposibilidad, se nos lleva a seguir pensando en la posibilidad de ese juicio. Así nuestra escritura debería suceder en los márgenes de una crítica imposible. Llamados a un orden del discurso perdemos de vista el engaño. (Sábado en la mañana)
-Entonces la crítica deviene desecho. Una redundancia innecesaria. (Sábado en la mañana)
-Recordar las mesas de los art-dealer: computador, esquelar, fotos. Su impecabilidad al vestir. (Sábado en la tarde)
-Boeder habla de los sin sombra. Condición del hombre de la submodernidad. (Sábado)
-Desprovisto de todo sentido, de todo significado el arte ha dejado de ser interpretable. (Tener en cuenta esto antes de empezar a escribir sobre la Feria)
-El Arte es ahora una reducción de su significado hasta el punto de hacerse asignificante. Boeder retoma a Wittgenstein.
-Valor de las entradas, $ 25.000 Artbo, $ 15.000 Odeón, entrada gratuita Sincronía. La escala de valores es proporcional a la escala de los espacios. La feria es un lugar. Y un tiempo. (Domingo en la noche)
Claudia Díaz, octubre 26 de 2014.
Reconozco a algunos artistas. Generaciones entradas en relevo a pesar de la resistencia. En el centro un hombre sentado sonríe. Es el hombre del café, el que entrevistaba al joven artista en el día primero.
Me habría gustado no venir.
No hay un Museo para esta falta de lugar. Un lugar que dé cuenta de lo que simplemente caduca y se pierde en la transescena.
Notas de Feria tomadas en una libreta
-La crítica se ha hecho inconsistente, apenas un tambalearse sobre y de la palabra sobre sí. Lo demás es la pura ficción de la crítica, su novela. Pero el ser ya no es un accidente (Beuys) sino una sucesión de patrones anticipados. Toda supuesta espontaneidad ha sido suplantada por lo superfluo. La cinta sin fin de unos estados en red en que se nos cuenta quiénes somos llamados a ser. (En Artbo)
-¿Por qué este maremágnum de escrituras? Esta ansia de pictografías ¿ De dónde la necesidad? ¿O es una moda? (Luego de la tercera visita)
-Novela en tres actos. Tres días. Escritura en tres espacios. (El domingo en la tarde)
-lo banal que no tiene significado se presta a querer ser interpretado. Lo que queda es el espacio. La feria. Este deambular incesante frente al “arte”. La sala del museo también contiene adosada a ella una mesita donde cómodamente se ha instalado el vendedor quien hace las veces de crítico o de curador. De impulsador de la obra. Entonces el visitante no está solo. Pero puede exhibir su capacidad y transformarse súbitamente en comprador. En coleccionista. Así la feria propicia la fantasía del observador amateur al ofrecerle la posibilidad de investirse por un instante de coleccionismo y cumplir esa fantasía. (Viernes, en Artbo)
-Novela del arte. Nada para decir, nada para entender salvo la necesidad del intercambio. Del valor. De la transacción. De la necesidad de entrar en la colección. (Sábado, en Odeón)
-Puede prescindir de una interpretación porque su afán es no decir nada. Pretende sólo circular. Hacerse evidente en el mercado. Existir. Y sólo puede existir en ese intercambio. Ese intersticio de la transacción monetaria. La obra no es mercancía en espera sino precisamente cuando la expectativa de la espera se ve satisfecha plenamente con el valor. (En Artbo)
-No posmodernidad sino submodernidad, dice Heriberto Boeder, su pensar anárquico. El de la submodernidad. Todo en esa submodernidad se desprende del representar. También el observador. El supuesto observador. Sólo hay ocurrencias, por ejemplo, en la mesa del crítico. Nada puede representar. Siguiendo a M. Ponty Boeder afirma, Intercorporeidad. Es eso, la feria es eso. (Sábado de madrugada, preparándome para salir de Feria)
– El comprador de obra, el futuro coleccionista parece ser el único que logra configurarse, que logra consubstanciarse. El público en general se desfigura. Por eso juega a ser también coleccionista. No basta con mirar. (Sábado, en Odeón)
-Supuesta emancipación social mediante la crítica política. El crítico jugaría con esa promesa, con esa expectativa. Allí radica su valor. También el del Arte Político. Arte y Crítica Política suspenden la fe. Crean la promesa. Despliegan un tiempo suficiente que daría consistencia a su ser relativo. El necesario para suspender el juicio y disuadir momentáneamente a su público. (Sábado antes de la segunda salida)
-En la época del deshacimiento del juicio estético, de su imposibilidad, se nos lleva a seguir pensando en la posibilidad de ese juicio. Así nuestra escritura debería suceder en los márgenes de una crítica imposible. Llamados a un orden del discurso perdemos de vista el engaño. (Sábado en la mañana)
-Entonces la crítica deviene desecho. Una redundancia innecesaria. (Sábado en la mañana)
-Recordar las mesas de los art-dealer: computador, esquelar, fotos. Su impecabilidad al vestir. (Sábado en la tarde)
-Boeder habla de los sin sombra. Condición del hombre de la submodernidad. (Sábado)
-Desprovisto de todo sentido, de todo significado el arte ha dejado de ser interpretable. (Tener en cuenta esto antes de empezar a escribir sobre la Feria)
-El Arte es ahora una reducción de su significado hasta el punto de hacerse asignificante. Boeder retoma a Wittgenstein.
-Valor de las entradas, $ 25.000 Artbo, $ 15.000 Odeón, entrada gratuita Sincronía. La escala de valores es proporcional a la escala de los espacios. La feria es un lugar. Y un tiempo. (Domingo en la noche)
Claudia Díaz, octubre 26 de 2014.